Podría ser nuestra pareja, amiga, familia e, incluso, nuestra madre: las relaciones más dañinas —las personas tóxicas— suelen ser cercanas y absorber mucha energía. Identificarlas es una habilidad que puede ahorrarnos años de sufrimiento.
Por lo general pensamos en ‘gente tóxica’ y allí está uno de nuestros errores más comunes, porque la mayoría de las personas, incluso las que más nos dañan, son seres humanos complejos, con matices buenos y malos, que difícilmente podemos encasillar en una categoría totalmente negativa. En terapia, para manejar correctamente situaciones así de complicadas, más bien tratamos de pensar en términos de relaciones o duplas tóxicas, porque todos tenemos un lado vulnerable y cargamos algunas heridas de infancia que nos ponen en riesgo de construir dinámicas desadaptativas con cierta clase de personas.
Dicho de otra manera: hay gente que saca a la víctima que llevamos dentro y personas que detonan a nuestro victimario interior. La toxicidad regularmente siempre tiene que ver con dos heridas complementarias entre sí que, además, se atraen poderosamente la una alaotra. En el caso de los padres tóxicos son ellos mismos quienes abren heridas en sus hijos a imagen y semejanza de las propias.
Estos son los tipos de personas más tóxicas (parejas)
El perseguido y el perseguidor: Es muy frecuente en las parejas en las cuales uno o ambos son muy celosos, infieles recurrentes o ambas cosas. Todo el tiempo existen sospechas, miedo y amenazas, faltas de respeto, peleas y reconciliaciones que dejan a los dos agotados y resentidos. Una parte es violenta y se arrepiente, y la otra disfruta secretamente la atención.
El aprovechado y el dejado: La relación puede ser romántica, de amistad o, incluso, de trabajo, pero se caracteriza por el hecho de que una de las partes se aprovecha sistemáticamente de la otra, que es incapaz de poner límites, pero que va construyendo un resentimiento silencioso que puede manifestarse mediante agresividad o explotar de manera completamente impredecible.
El desamparado y el salvador: Típica dupla entre una persona que tiene alguna adicción o muchos problemas que no quiere resolver, y otra que se ha ‘comprado’ la responsabilidad de sacar a la primera de su miseria. El problema es que el ‘desamparado’ realmente no desea mejorar, y el salvador se convierte en un habilitador que amortiza las consecuencias de las acciones del otro, creando un círculo de nunca acabar.
La víctima y el victimario: También podríamos llamarla ‘el chantajista y el chantajeado’. Aquí la víctima en realidad es ‘la mala del cuento’, ya que genera tales cantidades de culpa en su contraparte que éste termina por ceder a todo. La vemos muy frecuentemente en madres que son muy invasivas o demandantes, y en hijos que renuncian a sus propios deseos con tal de no quedar como malas personas.
Dejar ir la toxicidad de tu vida también significa tener la madurez de aceptar las veces en las cuales la tóxica fuiste tú. ¡A todos nos ha pasado! Somos humanos y en ocasiones nos toca ser los malos de la historia. La clave es aprender de nuestros errores y crecer.
¿Eres una persona tóxica o estás con una?
En todas estas duplas la persona que ‘lleva las de perder’ suele escuchar que está en una relación con alguien tóxico, pero también tiene una parte de responsabilidad, algo que en psicología llamamos ‘ganancia secundaria’, y que generalmente tiene que ver con la culpa, el miedo a salir de la zona de confort o la necesidad de ser reconocidos.
De esta manera, estas duplas crean sistemas codependientes, es decir, sacan lo peor de ambas partes, pero son muy difíciles de romper porque las dos asumen que tienen que hacer que el otro cambie o que son responsables de su felicidad.
Cabe señalar que cuando alguien se queda en una relación violenta o desigual porque no tiene otra opción, entonces no estamos hablando de abuso y no de toxicidad.
¿Cómo soltar una relación tóxica?
El camino más directo y eficiente para romper con una dinámica tóxica es identificar qué herida detona la otra persona en nosotros y cuál es nuestra ganancia secundaria, para trabajar en las falsas creencias que nos llevan a darle tanto valor y poder sobre nuestras vidas.
Aunque en las dinámicas tóxicas uno parece tener la culpa de todo, la realidad es que se necesitan dos personas para sostenerlas.
Por ejemplo, si tenemos una profunda herida de abandono y baja autoestima, una pareja celópata nos puede hacer la vida de cuadritos, pero al mismo tiempo nos confirma con sus actitudes que somos importantes y dependemos de esa confirmación constante para lidiar con la falsa creencia de que no valemos nada. Puesto así, una relación tóxica es un precio que esta- mos dispuestos a pagar, inconscientemente, con tal de evadir nuestros dolores más profundos.
Lo mismo sucede con las relaciones entre hijos sumisos y sus padres tóxicos: estos sembraron en su descendencia un miedo profundo a ser malos o desagradecidos, y pueden aprovecharse de esa lealtad enfermiza toda la vida, a menos que sus hijos, ya siendo adultos, tomen la decisión de emanciparse emocionalmente de la validación de los papás.
Sobra decir que esto no es nada fácil. En todas las relaciones tóxicas hay pistas sobre lo que más nos duele, importa o atemoriza, por tanto, por muy malas que sean también son una gran fuente de autoconocimiento si nos atrevemos a trabajarlas. Muchas veces esto significa cortar lazos definitivamente con alguien, otras, aprender a relacionarnos de maneras más asertivas. En cualquier caso es mejor enfrentarnos al dolor de la pérdida, que seguir permitiendo que la relación nos drene toda la energía.
Recuerda que no tienes por qué lidiar con todo esto en soledad. Un terapeuta experimentado puede ser un gran apoyo en este proceso.