Diseñada para asegurar la pervivencia de la estirpe humana, la sexualidad es inevitable, casi como la sed y el hambre. Tradicionalmente, los hombres han buscado perpetuar su linaje no sólo por medio de las esposas sino también con concubinas, sobre todo en la realeza, por eso te presentamos a las famosas concubinas de la historia.
Cuáles son las concubinas de la historia
Las esposas, colocadas en el escalafón más alto, han sido las más respetadas. Ellas garantizan que el nacido es de su marido, condición fundamental cuando se trata del heredero de una corona o de grandes bienes de linaje.
Las familias importantes siempre buscaron entroncar con otras semejantes y para ello usaron a sus hijas como peones en un tablero de ajedrez.
Los matrimonios unían reinos, hacían paces, traían fortunas y, en general, la novia no tenía voz en estas transacciones de poder. Las concubinas eran mujeres de estatus casi legal y sus hijos tenían la posibilidad incluso de reinar.
Concubinas de la historia
Doña Leonor de Guzmán
Nació en Sevilla, España, en 1310 y fue amante del rey Alfonso XI desde que ella tenía 19 años hasta los 41, cuando murió en Talavera, por orden de la esposa legítima María de Portugal.
La belleza de Leonor cautivó al Rey de modo que, aunque matrimonió a la portuguesa, ésta siempre se vio humillada frente a su rival. Nunca se recataba en lucir su estatus superior frente a la reina, quien se veía despreciada y maltratada por los cortesanos, atentos a medraralabando a la concubina.
Una atmósfera sofocante rodeaba a esa Corte; el odio entre ambas mujeres era más que notorio, pero doña María había de ocultarlo pues tenía un hijo, Pedro, y por él había de conservar al menos la dignidad de la realeza.
La concubina había hecho gala de su fecundidad, pues mientras María sólo tuvo un hijo, Leonor le dio al Rey nada menos que diez vástagos.
La emperatriz Teodora
De origen pobre, a los once años Teodora llegó al teatro en Constantinopla y pronto se hizo famosa como actriz pornográfica. Así, pasó a ser figura imprescindible en las fiestas; cuenta la rumorología que todos los varones quedaban satisfechos, aunque su número pasara de treinta.
Luego abrió un prostíbulo, y más tarde se convirtió en la amante del gobernador de Pentápolis, lugar al que se trasladó. La aventura salió mal y, abandonando al hijo que tuvo, volvió a Constantinopla, donde saltó de cama en cama; sin embargo, se encontró con un hombre santo: Severo, expatriarca de Antioquía. A él le confesó sus penas, y tras hacerlo, Teodora cambió.
Cuando conoció a Justiniano, a pesar de su pasado, el emperador se enamoró de ella y la desposó: él tenia 45 años y ella 27. Justiniano realizó la colosal recopilación legislativa Código de Justiniano, donde en el apartado ‘La familia y la propiedad privada’ se puede percibir la mano y el corazón de Teodora.
Estas nuevas normativas persiguieron el proxenetismo; igualaron los hijos naturales a los legítimos; moderaron los castigos por adulterio; permitieron el matrimo nio entre razas, clases sociales o religiones distintas; la mujer pudo solicitar el divorcio; se prohibió la prostitución forzosa; se castigó la violación con pena de muerte y se reglamentó el funcionamiento de los burdeles. En fin, como prostituta fue la mejor, y como emperatriz, también.
Ana y María Bolena
Hija de sir Tomás Bolena y de Isabel Howard, Ana fue dama de honor de Claudia, reina de Francia. Su hermana María se convirtió en amante de Francisco I, el cual años después la describió como “una gran puta, la más infame de todas”.
Ana Bolena también fue dama de Catalina de Aragón, entonces esposa de Enrique VIII de Inglaterra. Durante su matrimonio, ésta intentó dar al trono un heredero varón y en ello consumió su juventud y belleza.
Por su parte, el monarca tenía sucesivas amantes, entre ellas a la citada María Bolena, hermana de Ana. Cuando se prendó de Ana, ésta se negó a mantener relaciones sexuales con él, condicionándolo a que estuvieran casados.
Encaprichado, el Rey decidió declarar nulo su matrimonio con Catalina. Los clérigos ingleses Wolsey, Cranmer y otros lo apoyaron y, finalmente, pudo satisfacer sus deseos casándose con la Bolena en una ceremonia pública que se celebró en 1533.
Catalina fue despojada de su título de reina, pero el pueblo la amaba tanto como odiaba a “la prostituta”. Al enterarse de la muerte de Catalina, el 7 de enero de 1536, Ana corrió por los pasillos de palacio gritando feliz: ”¡Por fin soy reina de Inglaterra!“.
Pero poco duró la alegría; acusada de adulterio, incesto y alta traición, sucumbió al hacha del verdugo mil días después de su boda, por lo que fue conocida como “Ana de los mil días”.