Hace algunos años, aún casado con Patricia Llosa, me encontré con Mario Vargas Llosa. Fue en Park Avenue, en Nueva York; una calle por la que se camina observando las lujosas tiendas, entre turistas y citadinos, además de que se puede apreciar la moda de la estación.
Era mayo, con suficiente calor, demasiados rostros y elegancia en todos los rincones de la avenida paralela a la Quinta Avenida en la Gran Manzana. Ese día fui al médico y al salir del consultorio rumbo al hotel Loews Regency, donde me hospedaba, me topé con este hombre de origen peruano, que también tiene la nacionalidad española.
Como si hubiera visto a un rockstar, corrí hasta él para pedirle una fotografía. Siendo uno de los más importantes novelistas de nuestros tiempos, el Nobel de Literatura 2010 no dejó de sonreír, con un dejo simpático de sorpresa. Me presenté como periodista mexicana, y su esposa también sonrió amablemente. Cruzamos una breve pero maravillosa conversación sobre los motivos que tenían ambos para visitar Nueva York. Me pareció una pareja encantadora, que jamás habría imaginado que llegaría a separarse.
Totalmente diferentes
Cuando me enteré de la ruptura del matrimonio en 2015, y de la relación que el escritor sostenía con Isabel Preysler, no salía del asombro, pues a Mario le interesa la cultura, a Isabel el espectáculo. Él, un hombre que vive en calma, ella, fanática de los eventos sociales, hoy con 72 años de edad y tres veces casada. Se unieron el mismo año en que se registraba el segundo divorcio del también ensayista. De 2015 a 2022 duró su relación, en la que se involucraron las dos familias, incluso Julio Iglesias (exmarido de Preysler), dando apoyo a la madre de sus hijos.
Ahora, al parecer, Mario Vargas Llosa está arrepentido de haber terminado la relación con su prima, la cual duró 50 años, y el escritor cataloga lo vivido con la socia- lité lipina, radicada en España, como un a aire de adolescentes. Ojalá, tanto sus tres hijos, como su exesposa, perdonen este desliz del amante escritor, que no sería el primero que pasan por alto.
¡Nos leemos en la próxima, mis queridas mujeres Vanidades!