En unos días, Charlene de Mónaco cumple su décimo aniversario de bodas con el príncipe Alberto. Superdeportista y apasionada de la moda, parece que al fin ha logrado convencernos de que sí es, en realidad, una esposa feliz.
La leyenda narra que, a pesar de ser bellísima y protagonista de una boda maravillosa en julio de 2011, Charlene de Mónaco era «la novia más triste de la realeza». Sus lágrimas y su gesto melancólico, así como la seriedad del novio ese día, dieron paso a un sinfín de rumores.
Se dijo que intentó ‘escapar’ de Mónaco poco antes del enlace con el príncipe Alberto; también que firmó un contrato prenupcial que la ataba cinco años a él, con heredero de por medio. El peor comentario aseguraba que ella no era feliz. Sin embargo, desde hace unos años, Charlene comenzó a lucir diferente; se le empezó a ver más en los eventos del principado y no con el gesto serio que tenía antes, sino afable y, sí, sonriente de nuevo.
Parece que tuvo que transcurrir casi una década para que esta princesa tuviera su final de ensueño, con un par de gemelos preciosos y traviesos, y con un marido modelo.
“Suceda lo que suceda, pase lo que pase, estoy al mil por ciento contigo… Te apoyaré sin importar lo que hagas”.
DOS MOTIVOS PARA SER FELIZ
Ha pasado mucho más que cinco años desde el supuesto contrato prenupcial y Charlene luce hoy, a sus 43 años, feliz y muy cercana a su esposo. Un hecho que tiene fecha probable de inicio: el 10 de diciembre de 2014, cuando nacieron sus gemelitos, Gabriella y Jacques. Se dice que los hijos estabilizan a algunas parejas; en el caso de Charlene y Alberto esto sucedió desde poco antes, a pesar de las murmuraciones, ya que así como había imágenes que la mostraban seria, había una proporción similar en las que lucía contenta, todo dependía del ángulo que los medios querían mostrar de ella.